La noche del pasado 3 de febrero, un tren de la empresa Norfolk Southern de unos 150 vagones con contenido altamente tóxico descarriló en las afueras de East Paestine, un pequeño pueblo del estado de Ohio (EEUU) cercano a la frontera con Pensilvania.
38 vagones se salieron de las vías, de los cuales 11 llevaban materiales peligrosos. La población de East Palestine teme ahora que los vertidos puedan provocar un nuevo ‘Chernóbil’.
La mayoría de los vagones del tren transportaban carga no peligrosa, como cemento, acero y alimentos congelados. Pero el tren también llevaba cloruro de vinilo, y cinco vagones cargados con este material —altamente cancerígeno— descarrilaron. Tras el accidente, se produjo un incendio en el que las autoridades federales no pudieron asegurar si el cloruro de vinilo se estaba quemando.
En los días siguientes aparecieron peces muertos en los arroyos, miles de ellos.
Los vecinos contaron a los medios de comunicación locales que sus gallinas murieron de repente, los zorros entraron en pánico y sus mascotas enfermaron.
Según los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC), la inhalación de este material puede causar dificultad para respirar, síntomas neurológicos; y en el peor de los casos daño hepático y cáncer, en una exposición continuada a altos niveles de cloruro de vinilo.
Las autoridades ordenaron una evacuación inmediata del pueblo que duró cinco días, hasta el 8 de febrero, cuando se garantizó que volver a casa era seguro. Sin embargo, las familias ya han comenzado a manifestar dolores de cabeza, dolor de garganta, mareos, erupciones de piel o ardor en los ojos.
Evacuación “de vida o muerte”, pero vuelta a casa tan solo unos días después
Los plazos son dudosos, porque solo cinco días antes, el gobernador de Ohio, el republicano Mike DeWine, ordenó una evacuación que era “una cuestión de vida o muerte”. Los servicios de emergencia llamaron puerta por puerta y el domingo se decretó una evacuación forzosa pues había riesgo de explosión de los vagones cargados con cloruro de vinilo. Después, se delimitó una zona roja con peligro de muerte, y otra amarilla, con riesgo de heridas y de daños pulmonares, tal y como explica El País.
De esta forma, Norfolk Southerm informó que las válvulas de alivio de presión de algunos vagones habían dejado de funcionar, por lo que se decidió elaborar un plan para liberar manualmente los vagones y liberar los materiales contaminantes, con el riesgo que suponía.
Según la Agencia de Protección Medioambiental (EPA), se vertieron al aire, al suelo y a las aguas superficiales del entorno sustancias como cloruro de vinilo, acrilato de butilo, acrilato de etilhexilo y éteres monobutílicos de etilenglicol. A pesar de ello, no detectaron toxicidad en el aire.
El olor tóxico persiste en el pueblo
El olor a productos tóxicos persiste en el pueblo, según han declarado residentes de East Palestine a La Vanguardia.
“Me alarma qué puede pasar en cinco, diez o 15 años. Cuando volví a casa, el agua tenía mucho olor a lejía”, asegura a La Vanguardia Marcy Henry, que ahora reside fuera del radio de evacuación con su marido. “De regreso a casa conduciendo cerca del río, el olor quitaba el aliento y te quemaba la nariz y la garganta”, señala. La población teme los efectos a largo plazo en su salud por los vertidos porque, a pesar de explicar a la población que volver a casa era seguro, las autoridades han pedido a los vecinos del pueblo que solo beban agua embotellada.
Fuente: As