El usuario de Twitter @neuroblues7, médico, “neuropediatra ultraespecializado en enfermedades raras que se recibió de médico hace 30 años”, como describe él, contó en un hilo lo que le ocurrió en Miramar, Buenos Aires, cuando debió salvó la vida de una mujer.
“En los primeros años de la carrera me di cuenta de que si hay algo de la medicina que no me gusta para nada son las urgencias. Eso de tener que tomar decisiones rápidas bajo presión no va con mi personalidad tranqui y dubitativa. Siempre odié hacer guardias en Emergencias. Bah. Siempre odié hacer guardias, punto. Quizás por eso hago una especialidad donde casi no hay emergencias de vida o muerte y hay tiempo de sobra para analizar profundamente cada caso que llega. Mucho tiempo tanto para hacer el diagnóstico correcto como para indicar, cuando se puede, tratamientos adecuados. Pero aunque seas psiquiatra, patólogo, imagenólogo o sanitarista de escritorio sos médico todo el tiempo e hiciste un juramento. Y sobre todo sos humano. O al menos deberías serlo. Y si escuchas que piden “un médico por favor!” te acercas a ver si podes ayudar estés donde estés. Y ayer me volvió a pasar. Segunda vez en lo que va de estas vacaciones en Miramar. Recién llegaba al balneario, estaba poniéndome protector y acomodando la reposera cuando me avisan que están pidiendo un médico urgente en el lindante parador de Parquemar. Salgo corriendo y bufando diciendo para mi, “LPM esto no puede pasarme tan seguido” Y mientras corría hundiéndome por la arena caliente iba rogando que no sea algo tan grave como la última vez. Que me toque una más fácil Señor, por favor. Donde es? Pregunto al llegar al pasillo en cuestión. Allá en la 88, me señala una señora mayor con cara de angustia tomándose la cabeza con la otra mano. Al acercarme veo a un hombre panzón, muy tatuado, de rodillas frente a los pies de alguien que no distingo dentro de la carpa. Era una mujer de unos treintipico, grandota, sentada hacia adelante en la silla azul de esterilla, el rostro desencajado, ojos de pánico, los labios hinchados y morados, las manos agarradas a sus rodillas. “No puedo respirar. No puedo. Me estoy ahogando” decía con voz disfónica. Nunca había aplicado ese auto-inyector. Le pregunto a mi colega si él lo conocía y tampoco. Los segundos corrían y yo intentaba sacar la tapa y leer las instrucciones. Cómo carajo era esto? Me di cuenta que no había tapa que sacar, ya estaba listo. Le di el chutazo sobre el muslo. Ay! Gritó la mujer ante el aguijonazo. Mantuve unos segundos el inyector sobre su pierna. Un hilito de sangre empezó a correr por el muslo cuando lo retiré. “Esto te va a dar aire, tranquila”. La cosa estaba fea, por la cianosis peribucal la saturación de O2 ya debía ser muy baja. Era todo angustia. Jamás pensé en tener que hacer una traqueo de urgencia, no sabría hacerlo, aunque escuché mil historias de la BIC etc. Mientras pienso veo unos piecitos detrás de la cortina de la carpa. Descorro y veo a dos nenas. Eran las hijas de esta mujer muertas de miedo. Tenían unos baldecitos y juguetitos en las manos pero no jugaban. “Mamá se va a sanar, se los prometo” les digo. Y miro al cordobés de los tatuajes de inmediato: son tus hijas? No hay nadie más que las pueda cuidar? No. Estamos solos. La epinefrina parece que funcionó porque el pulso mejoró y la mujer vuelve a hablar: “No doy más, no, no me puedo mover”. Habla mejor. Me da cierto alivio. En eso veo aparecer a la gente de la ambulancia. Mis oraciones se escucharon. “Es un shock anafiláctico, tienen hidro?”. Me corrí de la escena y dejé actuar. Rápidamente le pusieron oxígeno por mascara. Una dexametasona endovenosa. Y así sentada en la silla de esterilla la cargaron a la ambulancia. Me quedé tranquilo con la certeza de que iba a andar bien. Le pregunté al cordobés si necesitaba algo. Hoy martes cerca del mediodía me acerqué al hospital de Miramar. Pregunté en la puerta de la guardia. Una señora así y asá, que entró ayer por la tarde, la asistí en la playa, debe estar en UTI. Me di cuenta de que no sabía ni el nombre. Convencí a la guardia que me deje pasar. Después de cruzar datos con dos enfermeras encuentro la sala donde está internada, ya había salido de terapia. Compartía el cuarto con tres pacientes añosas, ella estaba al final, contra la ventana. Casi no la reconozco, su cara que yo conocí hinchada había vuelto a la normalidad. Hola, cómo estás? qué susto nos pegamos ayer eh! Vine a ver como estabas. La cara se le iluminó. Me tendió las dos manos, en una tenía puesta una vía, me dijo gracias gracias, así, dos veces. Me abrazó. Los dos lloramos un poquito. No sé tu nombre, le dije. Luli, Lourdes me llamo. Volví a casa con el almuerzo comprado y con el corazón consolado. No dije nada a nadie de este encuentro. Me lo guardé para mi. Un día más de vacaciones.”
Las reacciones no se hicieron esperar, muchos lo llamaron héroe, otros apuntaron con quien le dio el “epipen” (el medicamento) y otros contaron también sus experiencias con las alergias.