Que a la hora de hacer campañas políticas todo vale, no es una novedad. Que las cosas cambian con el tiempo, tampoco. Y si juntamos estas premisas, nos encontramos con un panorama relativamente nuevo donde la tecnología permite campañas sucias, basadas en la proliferación de datos falsos y la exposición de aspectos privados, personales y familiares de todo aquel que se quiere aplastar.

Las redes sociales se convirtieron en un campo de batalla donde los soldados tienen sus cuentas para mancillar desde el anónimato a quien deben hundir en nombre de un candidato. Estos nuevos soldados, teléfono en mano, comandados por quien les ofrece favores a cambio de convertirse en voceros virtuales.

Estos perfiles falsos que publican datos apócrifos, comentan toda publicacion de contrincantes con ansias de armar polémicas, exponen vidas privadas, siempre desde las sombras. Con un nombre falso. Con una cuenta creada hace minutos y una recompensa económica o una promesa de trabajo esperando a la vuelta.

Si antes los votos se marcaban para saber quien debía recibir lo que daba, hoy la fidelidad se mide en Facebooks falsos. En cuánto publicó en las redes. En cuánta revolución causó un posteo.

Evidentemente, los tiempos cambian pero las viejas costumbres se mantienen, sólo se adecuan a la época. Porque el zorro pierde el pelo, pero no las mañas.